En 1984, Winston Smith decía lo siguiente: “cuando cundía el descontento entre la gente del común, como ocurría algunas veces, no conducía a ninguna parte porque, al carecer de ideas generales, solo podía concentrarlo en minucias concretas y sin importancia”. Pero, a pesar de que esto sea expuesto en una novela de ficción, es lo que nos puede pasar si perdemos de vista las teorías y los hechos y si las discusiones las tenemos cada vez que se da una noticia y no en el momento en que se deben hacer cambios sobre algún tema.
Por ejemplo, hace más de un mes, recién se definía el aumento del salario mínimo para este año, debatíamos y nos indignábamos por los salarios de miseria de los colombianos. Sin embargo, pasó esto y ya no estamos hablando del tema. Si caemos en la minucia, esto es, en la indignación de que con ese salario no se puede llevar una vida digna y no buscamos las ideas generales, no podremos mejorar los salarios. Para adentrarnos en este tema, tenemos dos partes involucradas (la que está a favor de eliminar el salario mínimo y la que está a favor de aumentarlo), cada una con sus argumentos. Mencionemos los correctos de cada parte, según algunas investigaciones.
La primera parte, la que está a favor de la eliminación del salario mínimo, sostiene que imponer un salario mínimo por encima de la productividad marginal de los trabajadores —en el que la oferta y la demanda de trabajo se iguala—, aumenta el desempleo. Ante un salario mayor a la productividad marginal de los trabajadores, la oferta de trabajo aumenta y la demanda de trabajo disminuye. Así, el mercado laboral no alcanza el equilibrio. Esto es aproximadamente correcto, puesto que hay evidencia mixta para países como Estados Unidos: algunos encuentran que el aumento del salario mínimo no aumenta el desempleo y otros, a diferencia de ellos, encuentran que sí lo aumenta (ver Card y Krueger, 1994; Wellington, 1991; Williams, 1993). Sin embargo, si solo tenemos en cuenta la evidencia para nuestro país y nuestra región (e. g., países como Colombia y Chile), que, por nuestras características, sería que la nos importaría, esto es correcto: si aumenta el salario mínimo aumenta el desempleo (ver Wedenoja, 2013; Maloney y Nuñez, 2004). También es correcto que, partiendo de un modelo de dos sectores (uno formal y otro informal), para nuestro país y nuestra región (los mismos países mencionados, Colombia y Chile), el aumento del salario mínimo aumenta la informalidad. A causa de esto, el 63,8 por ciento de los colombianos gana menos de un salario mínimo y, por tanto, el salario mínimo y sus aumentos no benefician a todos los trabajadores.
La segunda parte, la que está a favor del aumento del salario mínimo, sostiene que los salarios son de miseria y que los aumentos tienen que ser mayores. Esto es correcto: los salarios son de miseria. Todos quisiéramos tener los salarios de países como Luxemburgo. Al mes, en este país el salario medio es de 6.125 dólares y el salario mínimo es de 2.633 dólares. Este salario mínimo es el más alto del mundo y es aproximadamente 10 veces el salario mínimo de un país como Colombia. Asimismo, como muchas veces las valoraciones de las personas se basan en los cambios en su posición, más que a la posición a la que llegan (ver Kahneman, 2011), los pequeños aumentos del salario mínimo (pequeños cambios en la posición en la que se encuentran) harán que las personas se sientan descontentas. Entonces, es correcto: los aumentos salariales tienen que ser mayores.
Pero si es correcto que los salarios muestran la productividad marginal del trabajo y si el 63,8 por ciento de los colombianos gana menos de un salario mínimo, los aumentos salariales no se deberán a la voluntad de los trabajadores y empresarios al momento de negociar el salario mínimo o a la voluntad política a la hora de definirlo si las partes no llegan a un acuerdo, sino de voluntad política al momento de ejecutar acciones que permitan aumentar la productividad marginal del trabajo y los salarios. De esta forma, por la minucia, esto es, por lo que nos indigna, estamos perdiendo la idea general que consistiría en preguntarnos qué hace que aumente la productividad marginal del trabajo.
Las respuestas a esto, por supuesto, no son fáciles, porque hay múltiples mecanismos que pueden hacer que una persona mejore sus salarios. No obstante, a partir de la teoría del capital humano (ver Becker, 1964; Mincer, 1974) y de varias estimaciones hechas a partir de esta teoría (ver Psacharopulos, 1994), se ha mostrado que una forma de aumentar los salarios es aumentar la educación de las personas medida por los años de escolaridad: el promedio mundial de la tasa de retorno de la educación está en 10,1 por ciento. De esta manera, si se estudia un año más, se va a ganar un 10,1 por ciento más de salario. Para Colombia, este promedio está en 11 por ciento. Esta elevación de los salarios por aumentos en la educación de las personas, ocurre porque aumenta la productividad marginal del trabajo al aumentar la cantidad de conocimientos y habilidades que tienen las personas. Ante un escenario cambiante en el que cambian circunstancias de tiempo y de lugar y en el que la competencia puede cambiar el entorno económico, los conocimientos y las habilidades específicas pueden entrar en desuso. Esto hace que también sea necesario crear programas de reentrenamiento en los que se aprendan nuevos conocimientos y habilidades (ver Bentata, Prat y Ripani, 2020).
A partir de esto, no debemos discutir si el salario mínimo debe eliminarse o aumentarse —por lo menos no para aumentar los salarios de las personas—, sino que debe discutirse cómo aumentar la educación que tienen las personas y cómo reentrenarlas para aumentar la productividad marginal del trabajo. Si se hace esto correctamente, se darán algunos pasos para que aumenten los salarios de las personas, y para que se reduzca la pobreza y la desigualdad (ver Rodríguez, 2015). Dicho esto, la discusión sobre el salario mínimo puede ser correcta al hablar de otros temas como desempleo e informalidad. ¿Por qué hablamos de esto de una vez y no anualmente sin cambios en las políticas que se llevan a cabo?
*Martín Sánchez es estudiante de Economía de la Universidad Nacional de Colombia.
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