El pasado 30 de marzo se conmemoró el Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar. ¿Cuál es el panorama actual de esta actividad en el país? ¿Cómo avanza la normatividad sobre el tema? Y, aún más importante: ¿qué dicen sobre el funcionamiento de la sociedad colombiana las decisiones y regulaciones que afectan a las trabajadoras domésticas? Claribed Palacios, presidenta de la Unión de Trabajadoras Afrocolombianas del Servicio Doméstico (UTRASD), nos contó sobre este y otros temas.
Tal y como ha sucedido con la mayoría de las actividades y oficios, la pandemia del Covid-19 marcó un antes y un después para el trabajo doméstico en Colombia.
El panorama antes de la pandemia no era exageradamente alentador, pero veníamos sintiendo que los derechos se podían visibilizar, evidenciando los problemas de acoso y violencia en el trabajo, y generando conciencia entre las trabajadoras para reclamar sus derechos.
Sin embargo, la emergencia nos mostró casos de mujeres vulneradas dentro y fuera de nuestra organización. Recibimos casos de mujeres desorientadas que fueron despedidas, a las que no se les había pagado o que fueron internadas con larguísimos periodos de tiempo.
La pandemia develó un problema escondido: en Colombia, el contexto del trabajo doméstico está atravesado por la desigualdad, la precariedad laboral, la vulneración constante de derechos, la violencia sicológica y la violencia constante del acoso sexual. Ese tránsito entre violencias ocurre en la vida de muchas –no de todas– las trabajadoras domésticas.
Hablamos de cerca de 650 mil personas –en su gran mayoría mujeres– dedicadas al trabajo doméstico. Según nuestras encuestas, más del 60 por ciento han sido violentadas en sus lugares de trabajo. En contraste, los aportes a seguridad social y pensión se pagan solo en el 17 por ciento de los casos. ¿Y el resto?
Aunque a primera vista se podría pensar que se trata de un asunto que solo le interesa a una parte relativamente pequeña de la sociedad, trabajar para esa transformación implica trabajar también a favor de toda la sociedad. La explicación es sencilla, pero muy contundente: la realidad del trabajo doméstico refleja, en gran medida, las dinámicas al interior de los hogares y las relaciones entre las personas.
Hay quienes siguen viendo a las trabajadoras domésticas como esclavas. Frases como “baje la cabeza cuando me hable”, “usted come en este plato y come lo que yo le diga” o “yo le pago lo que quiero, no lo que usted merece”, son más comunes de lo que muchos creen.
¿Qué se está haciendo para transformar esta realidad? No observamos una política consecuente en esta materia. La firma de convenios parece apuntarle a quedar bien con organismos internacionales como Naciones Unidas o la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Pero esos mecanismos no se traducen en realidades. La sociedad tiene una parte de responsabilidad grande, pero el Gobierno juega un papel fundamental en la transformación –y la verdad es que se está quedando corto en esa tarea–.
Basta con darle una mirada a los marcos normativos que se han aprobado en el último tiempo. Un ejemplo de esto es el Decreto 1174, conocido como el decreto de piso de protección. La realidad es que no constituye un piso de protección. Todo lo contrario: es sumamente regresivo. Es un piso enjabonado que deja en riesgo a los sectores informales, incluido el trabajo doméstico, pues no garantiza la licencia de maternidad ni la pensión.
¿Por qué debe la población vulnerable acomodarse al modelo de los BEPS, que no constituyen una pensión? 180 mil pesos al mes no alcanzan para un alimento y una vivienda digna.
A todo este asunto se le ha dado un tratamiento coyuntural, pero las consecuencias las vamos a ver en el mediano y largo plazo. ¿Colombia tiene claro qué hará a la vuelta de dos décadas con tantos ancianos sin pensión? El país no tiene un sistema establecido de cuidado, ¿qué va a pasar con tanta población vulnerable demandando atención en medio de condiciones económicas adversas?
Tristemente, parece que dependemos de los caprichos políticos de turno. Un país como el nuestro –que ha adoptado la agenda 2030 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y que ha suscrito convenios como el 69, 87 y 189 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT)– debería estar avanzando mucho más.
¿Cómo se explica que estemos tan rezagados? Todo apunta a que nuestros políticos –los que hacen las leyes y los que toman las decisiones, pero también los que están en la mitad– no han entendido la dinámica de desarrollo y transformación del país.
Con esto quiero decir que las buenas intenciones se quedan en las palabras y sobre el papel. Nada más. La idea que se promueve es que Colombia es un país en el que el desarrollo y las oportunidades son para todos, pero en la práctica esto no sucede: se gobierna y se legisla para quienes financian las campañas, no para los ciudadanos.
Dentro de este esquema, el trabajo doméstico es una fuerza bruta que soporta a otros. Eso tiene unas implicaciones muy serias sobre la manera en que vemos a la sociedad.
Mientras se siga viendo a una parte de la población como merecedora de menos derechos y oportunidades, no vamos a avanzar como país. Cuando no reconozco al otro como igual, la norma –por bien diseñada que esté– no sirve para nada.
Esta es una dinámica perversa que se puede observar en el proceso que estamos viviendo con miras a la recuperación pospandemia. El Gobierno habla todo el tiempo de la reactivación económica. El asunto lo presentan con palabras bonitas y adornadas. ¿Y para cuándo la reactivación de la economía en el sector del trabajo doméstico?
Hasta el día de hoy seguimos esperando los protocolos para nuestro sector –que es un sector diferenciado–. Ya pasó un año y no llega nada.
Lidiar con la falta de humanidad de muchos empleadores es duro y afecta mucho, pero lidiar con la indiferencia del Gobierno afecta el doble. Saber que nosotras no entramos en los planes que se crearon para responder al impacto de la emergencia, es grave.
Nosotras no entramos en ninguno de los esquemas que se han creado –ni siquiera en Ingreso Solidario–. Desde el Ministerio de Trabajo, en el último trimestre de 2020, nos pidieron unos listados de mujeres trabajadoras para ser incluidas en este programa. Todavía estamos esperando la inclusión. Hace dos semanas preguntamos qué pasó y seguimos esperando. ¿Por qué ilusionan a las personas? Si no van a entregar ayuda, sigan haciendo lo mismo que han hecho hasta ahora –que, francamente, es nada–, pero no jueguen con la ilusión de las personas.
Alguien podría preguntar cómo se explica uno que este tipo de cosas pasen en Colombia. Suele decirse que este tipo de asuntos ocurren por falta de plata. La realidad es totalmente opuesta. La plata está: lo que falta es voluntad.
Miremos el caso de Brasil –con más de 210 millones de habitantes y un gobierno que no ha sido especialmente amigable con el pueblo–, que tuvo una respuesta amplia y asertiva para el sector del trabajo doméstico. En Colombia no la hubo.
La excusa ha sido que el trabajo doméstico no está incluido en el registro mercantil. Eso es cierto: no está. ¿Por qué? Porque dicen que no es una actividad productiva. ¿Y cómo se soluciona eso? Modificando el Código Sustantivo del Trabajo. Se trata de ser consecuentes y responsables.
¿Por qué se hizo posible, por ejemplo, el préstamo para Avianca, pero no la inclusión de las trabajadoras domésticas en las ayudas? La explicación es simple: porque, aunque hacemos parte de la economía del país, en la práctica no nos reconocen.
En discusiones sobre temas tan importantes como la que se viene dando en torno a la renta básica puede verse la mezquindad con la que suelen manejarse estos temas. Apenas la cuarta parte de los congresistas apoya un proyecto sobre este tema. ¿Y el resto? ¿En qué país vivirán?
Ojalá se preocuparan tanto por el ingreso de los trabajadores como se preocuparon cuando les iban a quitar el pago por gastos de representación –¡casi 14 millones de pesos!–. Ojalá llegue el día en que la matemática pegue igual para el pueblo que para ellos.
Pero, por adversas que sean las circunstancias, en UTRASD no vamos a dejar de trabajar. Seguimos haciendo parte de la mesa de seguimiento del Convenio 189 –la mal llamada “mesa tripartita”, pues yo no le conozco la tercera patica–. En esta mesa nos sentamos el Ministerio de Trabajo y las trabajadoras domésticas, y también está la ANDI, pero no tiene voz y no puede decidir ni proponer.
Mientras la mesa se reglamenta, vamos a seguir luchando, a seguir poniendo la voz e insistiendo en que la agenda de trabajo doméstico se incorpore en la agenda de decisión.
Este proceso toma tiempo y no se va a dar por arte de magia. Tenemos una economía inestable y una mala repartición de la riqueza, pero es una tarea necesaria y que vale la pena.
El siguiente paso es buscar la derogación del Decreto 1174. Adicionalmente, estamos enviando memorias a la OIT sobre nuestro trabajo. Se trata de documentos distintos a los que también está preparando el Gobierno. Sabemos que ahí habrá fricciones, pero queremos evidenciar la realidad de lo que hacemos y vivimos, sin que pase por ningún filtro.
En todo este proceso hemos contado con el apoyo de valiosos congresistas como Ángela María Robledo, Angélica Lozano, Óscar Hurtado, Iván Cepeda y Victoria Sandino. Esperamos que se sumen más a este esfuerzo por visibilizar y dignificar no solo el trabajo doméstico, sino la economía del cuidado en general.
En días como hoy muchas personas nos preguntan a mí y a todas las integrantes de UTRASD por qué hacemos lo que hacemos –por qué seguimos adelante, luchando, buscando mejores condiciones a pesar de las adversidades–.
Hablo por mí: me considero una persona normal, y esto que hago seguramente lo podría hacer cualquier otra persona.
La decisión de hacer frente a muchas cosas que están mal en la sociedad es la más importante que he tomado en mi vida. Es una decisión que todos los días me convoca a nuevos retos y nuevas luchas.
Grande o pequeña, esta labor que hacemos me llena de energía y de ganas de seguir avanzando.
Soy una mujer más de este país. Una mujer con tenacidad. Eso sí, no diría que soy una mujer sin miedo: lo fui cuando era una adolescente que no dimensionaba los peligros. Cuando uno ve la indiferencia que prevalece en Colombia, y que alzar la voz implica ponerse en riesgo, uno siente miedo.
Pero el miedo va a estar siempre. Es parte de la vida y de la labor que estamos haciendo. Lo importante es no permitir que ese sentimiento lo paralice a uno.
Con decisión y el convencimiento de que estamos haciendo lo correcto en favor de cientos de miles de familias, seguiremos trabajando.
A todas las trabajadoras domésticas de Colombia y el mundo, hoy y siempre, muchas gracias. Sigamos adelante.
* Claribed Palacios es la presidenta de la Unión de Trabajadoras Afrocolombianas del Servicio Doméstico (UTRASD), el primer sindicato de trabajadoras domésticas del país, creado en 2013. Estudia Derecho y una licenciatura en Etnoeducación con énfasis en sociales. También es formadora de mujeres que se dedican al trabajo doméstico.
** Las opiniones expresadas en este espacio corresponden a las de sus autores y autoras, y no representan la posición del Observatorio Fiscal de la Pontificia Universidad Javeriana.
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